MILAGRO: Cayo al mar y paso 2 días nadando y la VIRGEN DE GUADALUPE lo salvó
Brett Archibald, que cayó de un bote al mar de Indonesia y solo puso sobrevivir nadando, contó su travesía a la BBC. Brett Archibald es un hombre de negocios sudafricano de unos 50 años y una pasión: surfear. Todos los años va con sus amigos de vacaciones para divertirse con sus tablas y las olas.
Hace tres años, escogieron las remotas islas Mentawai, frente a la costa de Indonesia, en el Océano Índico. Y tuvo suerte de regresar con vida. Pero la pesadilla que vivió la recuerda a diario, y fue capaz de contarla ante los micrófonos de la BBC.
Cuando llegamos al puerto desde el que íbamos a zarpar, éramos un grupo de viejos gruñones pues habíamos viajado mucho tiempo para llegar ahí: ¡54 horas! Las cosas empezaron a ir mal pues nuestro bote debió zarpar inmediatamente pero no se pudo hasta la noche, así que pedimos unas pizzas horribles. Me comí un pedazo.
Por fin pudimos zarpar, navegamos por el río y apenas llegamos al mar, comenzó una tormenta.
Nos esperaba un viaje de 200 kilómetros.
— El azote de las olas —
Me desperté a la 1:30 am y nuestro bote se sacudía con fuerza. Necesitaba ir al baño a vomitar y no era el único.
Después sentí que necesitaba tomar aire. Subí a cubierta y encontré a uno de mis amigos tirado en el piso. No había podido ni llegar al baño y me rogó que preguntara cuánto nos faltaba de viaje.
“Ocho horas” le contesté tras visitar la cabina del capitán y confirmar en el GPS que apenas íbamos a mitad de camino.
Volvió a vomitar, lo que hizo que me volvieran a dar nauseas.
Me fui a la baranda. El bote se zarandeaba de tal manera que me aferré a ella. La tercera vez que vomité pensé: “si vuelvo a vomitar me voy a quedar sin sentido”.
Ese fue mi último pensamiento consciente.
— Perdí el conocimiento —
La caída fue de 6 metros, no sentí nada. La succión me metió debajo de la embarcación, mientras que yo soñaba que estaba en una máquina lavadora, y que daba vueltas entre las burbujas y las hélices.
Cuando abrí los ojos vi al bote a unos 80 metros de distancia, perdiéndose en la oscuridad. Eran las 2:30 am y la lluvia era intensa.
En ese momento supe que estaba muerto, aunque no sabía cómo llegaría mi muerte ni cuánto tardaría.
Estaba en medio de una tormenta, en la mitad de la noche, a medio camino de donde salí y donde debía llegar.
No era una ruta de navegación, por ahí sólo navegan embarcaciones con suministros o con surfistas.
De repente oí una especie de cacareo y busqué de dónde venía. Me di cuenta de que salía de mi propia boca. Sonaba como una hiena. Estaba histérico, riéndome a carcajadas.
Todos mis pensamientos iniciales fueron negativos.
Me excusé y despedí de mi esposa. Le grité a Dios “No puedes hacerme esto: mi pequeño hijo sólo tiene seis años y casi lo perdimos cuando tenía 10 días de nacido, mi hija…”.
— Rogando por ver basura —
Eventualmente empecé a contar.
El capitán había dicho que faltaban 8 horas de viaje, así que llegarían a eso de las 11. En el peor de los casos sería sólo entonces que se darían cuenta de que no estaba y se devolverían inmediatamente a buscarme; otras 8 horas.
Luego recordé que una de las características del mar indonesio es que es relativamente sucio. De hecho, en el viaje anterior casi nos chocamos con un refrigerador que pasaba flotando.
Me sentí tan optimista, pues estaba seguro de que encontraría un tronco. Cuando uno navega por ahí todo el tiempo tiene que tener cuidado con los troncos, las palmeras de coco caídas…
Floté en mi espalda por un rato, hasta que se desató otra tormenta tropical, aún más fuerte; tanto, que las gotas me herían y me tocó ponerme mi camiseta en la cabeza.
— Un inesperado talismán —
Llegó un momento en que sentí que ya no tenía energía y, con la hebilla de mi cinturón, quise escribir un mensaje en mi estómago.
No sólo el dolor fue terrible sino que caí en cuenta de que la sangre atraería a los tiburones que se comerían el cuerpo y, con él, el mensaje.
Metí mi mano al bolsillo de mis bermudas para ver qué tenía: la tarjeta para abrir la puerta de la habitación en el hotel metida en un sobre de plástico.
Pensé que, cuando saliera el sol, la tarjeta me serviría para reflejar la luz y mandar mensajes en código morse a cualquier embarcación que pasara.
El sobre de plástico no me servía para nada, así que lo boté. Sólo que se devolvió y quedó frente a mi nariz.
Gracias a eso entendí que estaba luchando contra la corriente, de manera que me volteé para ahorrar energía. Y el sobre de plástico se convirtió en mi talismán.
Nubes y tormentas
El sol no salió ese día. Llovía y escampaba.
Yo cantaba, recordaba a mis seres queridos, amigos, conversaba con ellos. No la estaba pasando mal, sólo que estaba exhausto pero cada vez que me empezaba a hundir, me animaba pensando que el bote ya iba a venir.
Y de repente, ahí estaba.
Se detuvo.
Vi a dos de mis amigos mirándome mientras yo les gritaba.
Pero la corriente me arrastró lejos del barco. Sin embargo, vi que tenían una barca amarrada y entendí que, por los motores, preferían parar y venir a buscarme en ella.
Entonces vi dos humaredas de diesel y se fueron.
Fue el peor momento de mi vida.
— La virgen —
Quería dejarme ir al fondo del mar. Y empecé a alucinar. Absolutamente extraño.
Vi una nube de agua que se levantaba y a la Virgen de Guadalupe hecha con piezas del juego Meccano.
Recordé que la gente dice ver cosas raras antes de morir.
Hundí mi cabeza y, para mi sorpresa, vi una boya en la base de la nube, ¡tan real!
Era de color rojo brillante, con una luz amarilla y una campana sonando.
Como me estaba quedando sin energías, hice el esfuerzo de nadar hacia la boya hasta que llegué… y no había nada.
¡Qué se acabe esta tortura!, rogué
Me dejé llevar por la corriente, que me arrastró hacia un grupo de medusas o carabelas portuguesas (physalia physalis, agua mala), que se envolvieron en mi cuello y lo picaron por todas partes.
Pensé que así era como moriría: se me va a cerrar la garganta, no podré respirar y me hundiré hasta el fondo del mar.
Y casi me gustó la idea.
Pero se retiraron casi todas, me quité las que quedaban y les dije: “ustedes no me van a vencer”, y me reanimé.
Volví a nadar hasta que sentí un golpe en la espalda.
Supuse que era una barracuda, pero cuando me golpeó de nuevo y me volteó supe que era un tiburón puntas negras.
De nuevo, un pensamiento negativo: me va a comer de un bocado. De hecho, le puse mi cuello enfrente para que mordiera ahí.
Paso seguido recordé que a estos tiburones no les gusta mucho estar en altamar, así que si me agarraba de él, me llevaría cerca a tierra.
Era una locura. Por suerte, mientras terminaba de pensar eso, se dio la vuelta y se fue.
— Ataque aéreo —
Me debí haber quedado dormido, cuando de repente sentí una palmada fuerte en la cabeza. Cuando traté de ver qué era, ya venía otra gaviota en dirección a mi nariz.
Las espanté al principio pero después intenté atrapar una pues tenía tal sed que quería tomarme su sangre.
Al final se fueron.
Entonces vi el atardecer, y me petrificó la idea de pasar otra noche a la deriva. Afortunadamente, el mar estaba calmado.
A la mañana siguiente, aunque odio confesar esto, tomé la decisión de terminar con mi vida.
Me sumergí y respiré agua, tres veces, hasta que mi mente me dijo: “¿Qué haces? Es un día perfecto. Van a haber muchos botes de pesca”.
— Encuentro en la distancia —
Saqué la cabeza del agua y vi una cruz negra en el horizonte. Estaba tan lejos que no me di cuenta de que era la parte de arriba del mástil de un yate.
Pero siguió acercándose más y más hasta que pude ver la proa.
Más tarde me enteré de que el nombre del capitán era Tony Eltherington, quien se había enterado de que había un náufrago.
El gobierno indonesio decidió que iban a esperar a encontrar mi cuerpo pues creían que ya estaba muerto así que no mandó ni aviones ni helicópteros a buscarme.
Tony Eltherington llamó a su tripulación y les dijo que yo tenía dos hijos y que tenían que encontrarme. Me habían buscado desde el día anterior.
Se propuso encontrarme y lo hizo.
En este punto, la BBC le preguntó a Brett qué le diría a Tony si pudiera.
Lo que le digo tan a menudo como puedo: le agradezco todos los días de mi vida.
— Pues se lo acabas de decir pues te está escuchando desde Sumatra.
¡No puedo creerlo! ¡Hola, te pienso a diario y estoy tan agradecido… sencillamente eres un ser humano increíble!
— Tony, ¿por qué estabas tan convencido de que había sobrevivido 28 horas en altamar?
“Es padre de dos niños, es saludable, es un triatlonista. Estaba seguro de que estaba vivo”.
— ¿Y cómo supiste por dónde buscarlo?
“Tuve un sueño con la virgen de Guadalupe que me guió a encontrarlo”.